...que los caminos se bifurquen en escritura que se bifurca en escritura que se bifurca en escritura que se bifurca... Que el pensamiento se haga red y la red, encuentro...

jueves, 22 de septiembre de 2011

El cisne negro (por Graciela Albanese*)

Advertencia: En este análisis se habla del final de la película, así que pueden verla online aquí.


Absorbida por una carrera, donde se exige todo el tiempo control y dedicación, Nina, la protagonista de El cisne negro de Darren Aronofsky (EEUU, 2010) es llevada a representar un papel que no concuerda con su carácter. No solo llevar a escena su más anhelado deseo: ser el “Cisne Blanco” sino también ser ella misma el “Cisne Negro”, empresa que la llevará  a recorrer los caminos más primarios, en un permanente retorno a ser la otra.
Desde el inicio de la vida, comenzamos siendo otro: el soporte materno en el que nos alienamos para no sentirnos desamparados. Esa mirada es el espejo en el que nos reconocemos; pero a medida que el psiquismo se desarrolla esto queda en el olvido y vamos poniendo en escena nuestras propias marcas, es decir, nuestra subjetividad.
¿Pero qué pasa con Nina? ¿Qué hay de esa mirada materna a través de la cual todo el tiempo es observada, por la que cada vez que intenta hacer algo por sí misma es reprimida? Esa madre no es cualquier madre, es alguien que mientras le dice delicadamente: “Eres la bailarina más dedicada”, la abraza con una mirada demoníaca: enunciado paradojal donde la palabra significa una cosa y el gesto (enunciación) otra.
La película va poniendo en escena la cuestión del doble: Lily va a ser su representante, esa otra que va a encarnar el ideal en que debe convertirse. Nina es sólo el “Cisne Blanco”: perfecta, virginal, disciplinada (símbolo del lugar que ocupa en el deseo de la madre) que deberá liberarse para representar el otro papel, el lujurioso. Thomas, el director, y Lily van a ser los encargados de que ello ocurra. Este hombre que debería entrar para romper los espejismos, es el que los va a convocar. En cada ensayo la seduce, la provoca, la incita a desinhibirse, a conectarse con su sexualidad… De esta manera, empieza a generar en Nina las primeras alucinaciones, por ejemplo, cuando se masturba y le sale sangre por la nariz y las uñas, mientras, asustada, ve la cara de Lily en la bañera.
Estas imágenes anticipatorias son tan fuertes que el espectador comienza a compartir el impacto perceptivo, al punto que duda si se trata de una realidad o no.
No sólo el erotismo cobra vida sino además la agresión, masoquismo primordial, donde se ubica tanto frente a la madre como al hombre.


Cada intento de liberación y de acercamiento al sexo masculino es trabado por su madre. Como el camino hacia el hombre queda vedado, surge este retorno a la madre, lo que se ve representado en la escena lésbica que tiene con Lily: "¿Fue soñada o real?",  se pregunta sin entender lo sucedido. Mientras tanto, la realidad ficcional sigue cobrando fuerza, como en el encuentro de Thomas con Lily cuando tienen sexo. Esa imagen la llena de frustración (el Cisne Negro le arrebata a su amado).
Este paralelismo  va generando la  competencia y, como consecuencia, la exclusión. Esa nada la pone en el lugar de objeto que convoca el odio más profundo. La metamorfosis cobra vida.
El día del estreno Nina logra dejar atrás todos sus impedimentos y sale a escena bailando como la hermosa princesa. Mientras está en la cima se asusta del lugar tan alto que ocupa, trastabilla y cae. Baja el telón y sale llorando.
Thomas no tolera su error y Lily es propuesta para reemplazarla en el Cisne Negro. La vivencia de perder protagonismo la lleva al clímax de la locura y vuelve la escena alucinatoria. Cree ver a Lily, la agarra del cuello y le clava un cuchillo: hay un goce mortífero en su mirada. Poco a poco, culmina su transformación y se convierte totalmente en un Cisne Negro que despliega toda su lujuria. Cuando termina la danza, Lily la felicita; comprueba Nina  de esta manera que Lily está viva, mientras siente el vidrio clavado en su cuerpo (llora, agoniza, conmueve la mirada de tristeza en el espejo) y gimiendo de dolor, sale a escena.
 Cuando cae,  su cara  es plácida y tranquila, siente en ese instante que ha logrado la perfección.

Sentirse un cisne no es ser un cisne

La historia del Cisne Negro convoca el regreso a estos espejismos.
Lily representa la rival que quiere robar su amor, pero Nina no puede mantener la distancia como no pudo con su madre, pelea por el amor del hombre que la podría liberar, pero en la exigencia de sacar lo más pasional, se despersonaliza, hasta el punto que trastoca lo real.
No puede construir ese adentro y ese afuera. Es a la otra que quiere matar: al Cisne Negro que  quiere arrebatar su amor. La metamorfosis ya se ha provocado: ha incorporado a su otra a sí misma y en un intento de matar afuera lo que está adentro, se termina suicidando: ella misma ya es el Cisne Negro y Blanco a la vez.
Lo más importante en esta historia es que hay un desconocimiento de esta identificación.
Es una metamorfosis sin metáfora: como los locos que se creen Napoleón. 

*Graciela Albanese es psicóloga